Lo dijo hace primaveras un estudio: cuanto más caro es el anillo, ayer viene el divorcio. A veces, incluso, ni siquiera llega a la boda: eso es lo que le pasó a Jennifer Lopez la primera vez que se comprometió con Ben Affleck. Los 2,5 millones que costaba y el impresionante diamante rosa de 6,1 quilates que la platería Harry Winston diseñó para la ocasión no evitaron que se cancelara el compromiso. Con el tiempo se hizo sabido que Lopez tenía la intención de devolver la sortija a su entonces expareja, pero no se supo más. Lo cierto es que no existe ningún manual que diga qué hacer con la sortija de compromiso una vez que se rompe la relación y que la posibilidad al tema es tan personal como válida y pasa por opciones como devolverlo, guardarlo en un cajón, venderlo o rehacer la sortija transformándola en otra alcoba. Según los joyeros carencia de esto es nuevo, pero en los últimos tiempos poco ha cambiado.
Hace unos días la maniquí Emily Ratajkowski (que finalizó en 2023 su divorcio del productor Sebastian Bear-McClard tras una sonada infidelidad de él) compartió con orgullo en Instagram que había creado un par de “anillos de divorcio” remodelado los diamantes talla pera y princesa de su anillo de compromiso. La misma joyera neoyorquina que había diseñado el primero, Alison Chemla, de la marca Alison Lou, creó las nuevas joyas. Las fotos han recibido ya más de un millón de “me gusta” pero la repercusión de su anuncio pronto llegó más allá: “Los anillos de divorcio están teniendo un momento”, publicaba The New York Times.
Ratajkowski es una de las personas influyentes que impulsan un cambio en la forma en la que hablamos el divorcio, centrándose en la reutilización de las joyas de boda. En una entrevista con Vogue UK, la maniquí cuenta que su reformado anillo de compromiso se volvió simbólico para ella, una especie de prueba de que su vida volvía a ser suya. Cuando se lo puso por primera vez, Ratajkowski admite que sintió una sensación de poder al usar accesorios para cambiar la novelística en torno al divorcio y seguir delante. “Han sido un par de primaveras locos y finalmente siento una sensación de paz internamente de mí y sobre la vida y el futuro que tengo y seguiré construyendo con mi hijo”, dice. “De alguna forma, estos anillos son como un recordatorio de que puedo ser adecuado de maneras que nunca imaginé”.
Poco parecido le sucedió este mismo mes a Sofía (nombre ficticio para preservar su anonimato). Clienta de la platería madrileña Nicols desde hace tiempo, esta vez ha acudido a su tienda con un encargo exclusivo: ahora divorciada, quería rehacer el anillo con un importante diamante solitario de dos quilates que le entregó su ya exmarido en el momento de pedirle alianza. ¿La posibilidad? Transformarlo en un anillo con otras piedras que simbolizan otras cosas, como una esmeralda verde. Adicionalmente de la metamorfosis, Sofía ha hecho otra modificación importante: lo ha cambiado de dedo. En ocasión de seguir llevándolo en el anular, que clásicamente se relaciona con el alianza, ahora lo ha pasado al índice, “el dedo del poder”. Con este seña averiguación rememorar “el poder del futuro, de seguir cerca de delante y de continuar aprendiendo de la vida”.
En el taller de las Joyerías Nicols han hecho este tipo de trabajos “desde siempre”, confirma a S Moda Dani Nicolás, vicepresidente y director comercial de la empresa. “El anillo de divorcio siempre ha existido pero la gran diferencia ahora es que tanto hombres como mujeres se sienten orgullosos de eso de ese cambio de status y de ese estudios que han tenido en la relación y hoy, en ocasión de venderlos, los están rehaciendo”, cuenta Nicolás, tercera vivientes de esta empresa descendiente que abrió su primera boutique, en el morería de Salamanca de Madrid, en 1978. “Con el aumento de los divorcios y con esta nueva tendencia, la multitud no quiere esconder su divorcio ni su anillo de compromiso, sino lo que averiguación es todo lo contrario, es opinar, oye, yo lo valgo, he aprendido, estoy creciendo, me llevo cosas muy bonitas probablemente de esa relación, especialmente si hay hijos, pero mi momento es otro. Estoy desenvuelto y quiero que este anillo no solo me recuerde el compromiso que tuvimos y que se ha roto, sino a todo el estudios que como pareja de alguna forma tuvimos en conjunto y esa nueva situación que nos catapulta a un mundo satisfecho de posibilidades”, añade.
Cuenta Nicolás que quienes deciden rehacer el anillo lo que hacen es cambiarlo completamente, ya sea con otras piedras o en otras formas, y que por otra parte de crear nuevos anillos están reformando piezas de compromiso en collares, colocados cerca de el corazón para darles una nueva simbología, con una cautiverio y un chatón. El precio de partida para una de estas transformaciones es de 500 euros, tomando como ejemplo dos clásicas alianzas de oro de 18 quilates, y el tope lo marca la clienta, dependiendo de adónde quiera montar. Quien no ha terminado amistosamente el divorcio suele preferir, cuenta, traicionar esas piedras, deshacerse de ellas y dejarlas detrás para comprarse uno nuevo que celebre su nueva situación vivo: la principal diferencia es que evitan el diamante (es la piedra asociada al simpatía indestructible desde que hace 100 primaveras la platería DeBeers lanzó una campaña de marketing con el poderoso aliciente A Diamond Is Forever (Un diamante es para siempre). Para celebrar divorcios se usan más los zafiros, esmeraldas o rubíes.
El camino de Marta (nombre igualmente ficticio) hasta rediseñar su anillo de boda ha sido más desprendido pero ha llegado al mismo punto. Tras 11 primaveras divorciada de un alianza que había durado otros 11, “ya no había rencor ni pena” ni en su alianza, con varios diamantes engastados, ni en la de su marido, una clásica pandilla de media caña que aún guardaba. “No quería desmentir el pasado, no me arrepentía de él”, más acertadamente lo miraba con agradecimiento. Se había cedido cuenta de que “había vivido una gran catequesis”. Ahora que estando sola había conseguido hacer todo lo que se propuso, había llegado el momento de hacer poco con los anillos. Así que acudió al taller MIGAYO, en el centro de Madrid. Celia Gayo, su joyera y fundadora, ha transformado numerosas joyas en los siete primaveras que lleva operando, y desde el principio tuvo claro que este anillo de divorcio tenía que ser una celebración del simpatía propio: “Quería un anillo que le recordara dos cosas: no olvidar su brillo interior, esa pira que carencia ni nadie puede apagar (que representé con un diamante central en talla rosa, que tiene unos destellos muy sutiles), y que su camino sigue y aún tiene mucho por formarse (que representé haciendo que los diamantes que llevaba su alianza fueran surgiendo semi escondidos de la pandilla, algunos totalmente mostrados, otros en proceso). La pandilla de oro era fluida, quería que se notara que era fruto de fundir el metal, y que se adaptaba a lo que viniera, sin una forma definida ni dura”, cuenta a S Moda. En su taller, situado en la Plaza Mariano de Cavia en la hacienda, el precio de este tipo de modificaciones se encuentra entre los 800 y los 1500 euros.
En otra ocasión, Sara (seudónimo) acudió al taller con su anillo de pedida y las alianzas de boda. Su alianza se había roto hace tiempo pero de él había desencajado su hija María (igualmente nombre ficticio). La matriz ya no quería tolerar esas joyas pero sí encontraba sentido a que su hija se las pusiera, con una nueva forma. Así que decidió reconvertir las tres piezas en un nuevo anillo, una alcoba con una poderosa simbología porque, como explica Celia Gayo, “lo llevas en las manos, que están siempre delante de ti recordándote eso que quieres”.
Esta reivindicación de la vida posteriormente del divorcio a través de una sortija abre dos puertas: por un costado, las de las joyerías, que como publica Vogue Business, tienen en el divorcio la próxima gran oportunidad de negocio. Por otro costado, confirma la tendencia a resignificar social y culturalmente el divorcio.Está, por ejemplo, el de Lauren Boc, joyera con taller en Nueva York y fundadora de Hera Fine Jewelry, que el pasado mes de octubre recibió por sorpresa la petición de divorcio por parte de su marido solo cuatro meses posteriormente de la boda. Decidió reinventar su anillo de esmeraldas y diamantes al mismo tiempo que se reintentaba ella misma y compartió su experiencia en redes sociales: desde el otoño, las peticiones de platería postruptura que recibe han incrementado un 300%.
Históricamente los anillos de divorcio eran “joyas tristes”, explica Rachel Church, autora y excuradora de joyas en el museo Trofeo & Albert de Londres en The New York Times. Su objetivo, dice, era el de dirigir una señal social por la cual la multitud sabría que no debían preguntar por tu marido o demostrar que no eras una matriz soltera. Las versiones actuales, sin secuestro, no son una expresión de duelo y confieren un nuevo significado al divorcio.
La platería es la nueva expresión de un aberración que lleva mucho tiempo sucediendo. En octubre de 1984, El País publicaba el artículo Las fiestas para conmemorar el divorcio hacen furor en la costa oeste de Estados Unidos, en el que se contaba cómo los recién divorciados de Los Ángeles alquilaban una máquina de discos, ponían canciones de la época de su alianza y bailaban como locos. Unas celebraciones con algunos signos de pena, como paños negros que cubriendo las paredes, pero en las que la multitud “se lo pasa acertadamente”, declaraba la representante de una compañía que se dedica a organizar este tipo de fiestas para conmemorar la aniversario de divorcio.
Cuatro décadas posteriormente el divorcio sigue siendo un proceso que puede recibirse con sentimientos de pena o pérdida, pero como señala Christine Gallagher, autora del texto The Divorce Party Handbook, en un artículo sobre el tema publicado en S Moda, “ayer la multitud que se divorciaba estaba sola, como avergonzada de un fracaso, lo que aumentaba el estrés. La fiesta es una forma de sacarlo todo a la luz, al mismo tiempo que los amigos ayudan a advenir por esa difícil etapa de la vida. Los rituales pueden ser muy poderosos y efectivos”. Ahora que el término divorciada está de moda igualmente el vocabulario rozagante, alterar la sortija de la promesa rota, resignificarla y lucirla con orgullo como muestra de simpatía propio posteriormente de la ruptura parece ser el nuevo jerigonza para pasar el desamor.